Escribir, una necesidad de decir
El hombre como ente social y como individuo expresivo por naturaleza, en la necesidad de manifestarse se puede encontrar con tantas formas de exteriorizar sus ideas, coexistiendo en diversas maneras de enfrentarse a la creación; una de tantas es la creación literaria.
La literatura es esencial para conducir al humano a los saberes que lo harán competente para desarrollarse en el ámbito social y comunicativo, formándose al interior de las dimensiones cognitiva, afectiva y sociocultural; sin embargo, esto se ve impedido por la forma en que el sistema concierta la enseñanza de la literatura en la escolaridad, el cual se conforma con la transmisión del legado literario y cultural, a través de la historia de la literatura como práctica de lectura, y el comentario de texto como práctica de escritura, sin el deseo de desarrollar esta capacidad intelectual y sensible de los educandos, posibilitando la interacción libre con los textos y los espacios para su creación con intención estética; esta enseñanza tradicional ha simplificado los procesos de lectura y escritura a la decodificación, ocupándose exclusivamente de lo observable en la estructura superficial de la lengua. Tal perspectiva no explora el ámbito de la significación de lo que se lee o se escribe.
En relación a lo anterior, el primer paso para corregirlo es realizar una identificación y reconocimiento de las competencias literarias, las cuales no son simples competencias de lectura, pues la literatura establece un nexo ineludible con la vida y la cultura tanto del lector como del escritor. No se trata de un texto más, que sólo se distingue teóricamente dentro de las tipologías discursivas, sino que su valor concierne a la experiencia vital de quienes interactúan en sus producciones de sentido.
Otorgándole la importancia que merece el papel de la creación literaria en el área de la literatura, avanzaré hacia la parte de la experiencia en mi proceso de escritura y, con ello, compartiré con ustedes algunos consejos que para mí fueron de gran utilidad.
Como estudiante de Licenciatura en literatura y lengua castellana, me he visto en la obligación de descubrir mi escritora interior, la cual no tenía idea de que existía antes de iniciar mi proceso formativo en la educación superior. En la medida que avanzo, me encuentro con la sorpresa de que escribir es de mi agrado, pues he descubierto que con esta actividad estoy cerca de cientos de posibilidades de conocimientos que no solo son de utilidad para mi progreso académico, sino también para mi evolución como persona, para mi interiorización y para mi crecimiento profesional.
El empezar a escribir para mí fue iniciar a descubrirme, como Rainer Rilke lo mencionó en Cartas a un joven poeta: “No mirar hacia fuera, sino entrar en usted.” Fue eso lo que hice para saber sobre qué hablar en mi primera producción escrita para el curso de creación literaria. Realizar ese ejercicio, en el que se interioriza y se reflexiona en soledad, me ayudó para atraer ideas e inspiración, las cuales, no solo se sostuvieron de lo que mi fe, mis deseos y mis pensamientos hilaban de mi vida cotidiana, como lo diría Rilke, sino también se sustentaron en mi experiencia como lectora apasionada y mis gustos literarios.
El tema de mi historia salió a la luz, al interiorizar la idea de que un cuento es un mundo propio el cual debe tener vida, como lo leí alguna vez en “Decálogo del perfecto cuentista” de Horacio Quiroga: “Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.”
Al elegir la temática para un escrito, es normal temer al desarrollar esa idea, en caer en el riesgo de ser predecible, o mantener un cliché de cierto modo, lo que le quitaría lo excepcional, como sugiere Julio Cortázar: “A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema deba de ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entre visiones, sentimientos y hasta ideas que flotan virtualmente en su memoria o su sensibilidad.”
Luego de escoger el tema de mi historia, debía hallar la forma de estructurarla, de manera que el misterio estuviera presente y la curiosidad se manifestara en el lector, atrapándolo desde el principio hasta el final, lo que me recuerda a Horacio Quiroga una vez más, quien indica que: “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra a dónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia de las tres últimas.”
Al iniciar a plasmar mi idea en el papel, siempre tuve la duda de cómo lo terminaría, no estaba segura de cuántas páginas escribiría, ni cuantos elementos traería para construir el relato; tenía que saber qué final le pondría o me quedaría bloqueada sin saber cómo continuar mi producción escrita. Es en este punto donde traigo en mención a Edgar Allan Poe, quien aconseja plantear el final de la obra antes que la pluma ataque el papel: “Sólo si se tiene continuamente presente la idea del desenlace podemos conferir a un plan su indispensable apariencia de lógica y de causalidad, procurando que todas las incidencias y en especial el tono general tienda a desarrollar la intención establecida.”
Ya establecido el desenlace de mi historia, me propongo a terminar el relato, con completa lucidez y claridad de cómo desarrollaría el cuerpo de mi escrito. Eso fue muy gratificante y apacible, tanto que, al finalizarla y releerla, degusté cada parte y me apropié de ella, de manera que pensé en no corregirla hasta que otro lector le encontrara las deficiencias que desde luego poseía, al ser mi primera creación de un cuento sin edición ni correcciones.
Pero la verdadera situación fue que me di cuenta de mis errores antes de que alguien los leyera, ya que me dispuse a preguntarme si realmente era buena en la escritura como para tomarlo en serio y no como una simple tarea de la carrera. Es así como recalco lo dicho por Rilke: “Si de ese giro hacia dentro, de esa sumersión en el mundo propio, brotan versos, no se le ocurrirá a usted preguntar a nadie si son buenos versos. Tampoco hará intentos de interesar a las revistas por esos trabajos, pues verá en ellos su amada propiedad natural, un trozo y una voz de su vida”.
El proceso de escritura que he experimentado, con ayuda del curso de creación literaria y de títulos y autores que guían en esta temática, me ha evidenciado lo importante que es la creación literaria para la interpretación, comprensión y reflexión que ayude a visionar el mundo desde el uso creativo del lenguaje, requiriendo para ello una experiencia de lectura significativa, ya que si el lector literario se forma leyendo literatura, se puede decir lo mismo del escritor literario, el cual solo se forma en el ejercicio creativo de producción literaria.
Ahora bien, el mejor consejo que puedo dar es saber que el ser creadores y parir una obra artística, en este caso, una producción escrita, es el hecho de dar a luz una inspiración y una transformación que va más allá de ser decodificado por unos ojos, unas manos o unos oídos. En suma, toda obra debe transmitir las emociones que un primer sujeto sintió al escribir y otro debe sentir al leer, de eso se trata el arte de la escritura.
Por: Alejandra Salas Marín
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