Sobre el canon literario y sus limitaciones.
“Primero soy escritora y después mujer”
—Katherine Mansfield
¿Qué es el canon? Para evitar definiciones muy tediosas, lo podemos resumir en que se supone es el conjunto de obras clásicas e imperdibles, que, según los lectores, debemos conocer y discutir; sin embargo, la definición misma está llena de subjetividades.
Los orígenes del canon son muy remotos, aunque fuese mencionado por primera vez en el siglo XVIII, ya desde el periodo helenístico, Aristófanes de Bizancio y los filólogos del Museo de Alejandría fijaron la autoridad escolar de los libros más destacados y modélicos de los géneros literarios. También para los poetas latinos existían estas listas de honor en la literatura, llamadas enkrithéntes. El nudo aquí viene siendo el hecho de que existen diversas discusiones acerca de la categoría de canon y muchas preguntas al respecto como: ¿quién o quiénes producen los cánones?,¿de qué manera se aplican?, ¿cuál es la justificación de supervivencia de los cánones o su duración?,¿qué tipo de autores se privilegian en él?,¿a cuáles temas se les da énfasis por encima de otros?,¿no es todo canon estrictamente personal, contrario a lo que alude el título del discutido libro de Harold Bloom, El canon occidental (1994)? El gran problema y causante de tal conflicto es que el criterio fundamental y único debería ser la excelencia estética; sin embargo, este también es un criterio muy ambiguo y subjetivo.
Podría mencionar la evolución del canon literario desde la época medieval, hablando sobre las diferentes tendencias a lo largo de la historia, pero podríamos reducir esa información al hecho de que podemos comprobar cómo, a lo largo de toda la historia, el canon ha ido cambiando de criterios y de autores de manera paralela a los gustos de la sociedad. Es trascendental subrayar que el cambio no afectaba únicamente al canon literario, sino también al resto de las artes. No podemos hablar de autores permanentes ni universales en el canon; una obra, hoy en día desconocida, puede en un futuro ser la máxima representante de la literatura, como le ocurrió a la obra de Miguel de Cervantes El Quijote, o a las poesías de Góngora, que fueron rescatadas por la Generación del 27; así como obras que se encuentran asentadas dentro del canon y son sustituidas por otras, como le ocurrió a Don Diego de Saavedra que hoy ocupa un puesto de segunda fila en nuestro canon actual. Por nombrar otras artes, en la pintura, los cuadros de Van Gogh ejemplifican nuestro punto.
Aun así, estos cambios de los que hablamos no se perciben de tal forma en que podamos ver que el canon literario no está marcado por el machismo que ha imperado desde siempre en la literatura y en sí, en toda disciplina artística.
De la exclusión notable que hablo es sobre el papel de la mujer en la literatura y su escasa mención en el canon. Las razones de la ausencia de las mujeres en las diversas listas que se pretenden exhaustivas sobre los libros “que hay que leer” son variadas y han sido exploradas en clásicos como Una habitación propia, de Virginia Woolf, de donde podemos tomar aseveraciones como: “La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siempre han sido pobres, no solo durante doscientos años, sino desde el principio de los tiempos”.
Además de las dificultades que enfrentan las mujeres que quieren dedicarse a escribir, y que provocan que muchas de ellas opten por abandonar su objetivo, también está el silenciamiento al que son sujetas las que sí escribieron y dejaron obras potentes que fueron ignoradas por sus colegas hombres. Este hecho ha sido bastante observado y discutido, basta con ver la cantidad de libros escritos por mujeres que son reseñados en espacios culturales y la ignorancia ante el conocimiento de autoras dentro del país de cada quien.
Últimamente notamos la gran cantidad de opiniones que cuestionan la idea de que la escritura sea un oficio de hombres, pero centrémonos en el posicionamiento como referente en el mundo literario actual de las escritoras latinoamericanas, como ejemplo tenemos la nota publicada por El País, de título: “Trece libros para ampliar el boom”, la cual incluye los comentarios de trece escritoras latinoamericanas, donde cada una propone un libro escrito por una mujer que consideran que todos deberíamos leer:
“Una de las virtudes que más respeto en un escritor es la de usar su oficio para dar cuenta del tiempo que transita, y Mariana hace eso fabulosamente. Sin atajos, sin exagerar, con sofisticación y simpleza nos habla de su tiempo, o mejor todavía: nos habla del estado mental de su tiempo. Por eso (y por tanto más) merece un lugar privilegiado en el canon de la literatura latinoamericana actual, y en el de cualquier otra literatura”, dice la colombiana Margarita García Robayo sobre Mariana Enriquez: ganadora del premio Herralde de Novela con su obra Nuestra parte de noche.
Otro ejemplo destacado es el proyecto Vindictas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Gracias a este encuentro entre escritoras de distintas generaciones, se recuperan grandes novelas y memorias escritas por mujeres en una colección literaria que se ha extendido a todas las disciplinas artísticas, en busca de resaltar aquellas mujeres desplazadas de un canon casi siempre exclusivamente masculino.
Ahora bien, con orgullo podemos decir que no son escasas las mujeres con talento invaluable en la disciplina de la escritura y que son actualmente merecedoras de mención en premios y reconocimientos; por ejemplo, en los últimos años han arrasado con los premios editoriales más importantes: Selva Almada ganó el First Book Award, de la Feria del libro de Edimburgo por El viento que arrasa (2012), su primera novela, recientemente traducida al inglés; al día siguiente, María Gainza fue anunciada como la ganadora del premio Sor Juana, a entregarse en la Feria del Libro de Guadalajara; Unas semanas antes, Luisa Valenzuela se convirtió en la primera mujer en obtener el Premio Internacional Carlos Fuentes; así como Samanta Schweblin fue nominada por segunda vez al premio Man Booker International 2019; por otra parte, la escritora colombiana Pilar Quintana ganó el premio Alfaguara 2021 con su novela Los abismos.
Aun así, las mujeres siguen siendo excluidas en este terreno, y solo con mayor esfuerzo que el género opuesto, se va visibilizando y reconociendo el talento y arduo trabajo de tantas mujeres olvidadas y desprestigiadas.
Y sobre este problema de ser parte del canon no solo son victimas las mujeres, por ser mujeres, sino también los escritores novatos, sin importar su género, por el hecho de ser novatos; ya que la sociedad y sectores mediáticos se han encargado de martillar ideas como: “solo los clásicos son buenos”, “solo los antiguos escritores hicieron verdadera literatura”, “si no has leído los libros que han conservado por años el canon literario, no has leído literatura real”, “no conoces de la verdadera literatura si lees solo libros de la modernidad” y nada más conservador y errado que eso, pues como lectores debemos ser de mentes abiertas y recibir la nuevas creaciones literarias con análisis, criterio y pasión para ser capaces de admitir que así como Borges o Cortazar se volvieron íconos relativamente jóvenes de la literatura, haciendo surgir el boom latinoamericano, también podremos hablar de otros jóvenes o nuevos escritores que logren un nuevo movimiento literario en tantas áreas de la escritura, y es que todos los días hay perspectivas nuevas, pensamientos nuevos, formas de expresar nuevas, gustos nuevos; así que, aunque hubo genios en la literatura, no podemos creer que no volveran a proliferar o que no haya alguno del que nadie se haya dado la oportunidad de leer.
¿El canon debe ser algo fijo con el cual medir la calidad de lo que se debe leer? ¿No debería avanzar con los tiempos, con las nuevas mentalidades, con los nuevos estilos de vida, nuevos discursos y expresiones, nuevos intereses y gustos? Más allá de desear que el canon literario sea revisado y se adecue continuamente, teniendo en cuenta las obras de tantas mujeres que merecerían una posición privilegiada, mas no por ser mujeres, sino por su ingenio creador; como también, el hecho de que se tome el tiempo de revisar las novedades del momento y percibir el resurgimiento de obras destacadas aun de escritores novatos. Lo que interesa en este punto es resaltar la importancia de no mantener el sesgo de género, clase y generacional en función del conservatismo y patriarcado desde el que se fundamenta el canon literario, sino pensarse que no tenemos que seguir un listado para identificarnos como verdaderos lectores, ni esperar nuestro nombre en un listado de élites para reconocernos como escritores, pues esto no significa olvidar la tradición, por el contrario, permite ampliar esa selección que abarca la calidad y la visión de lo que se “debería” leer.
Por Alejandra Salas Marin.